El señor juez me pidió que hiciera los descargos. Me llamaron, —le dije— para decirme que mi mamá había muerto y que llevara un ataúd. A esa hora tan tarde, sólo encontré un camión y el chofer me hizo subir atrás, donde iba la carga. Pero empezó a llover y por escampar de la lluvia y del viento helado, me metí al cajón. A medio camino, el camión se detiene, suben dos pasajeros que, para aguantar el frío, van tomando aguardiente. Al rato, levanto la tapa del ataúd, asomo una mano y les pido un trago. Uno de los pasajeros suelta la botella, grita, se tira del carro y muere. Al sacar la mano, señor juez, lo que yo quería era ver si ya había dejado de llover.